domingo, 19 de abril de 2009

SER APOSTOL MISIONERO



Publicado en Catholic.net.

I.San Pablo, explica el Papa, “tenía un concepto de apostolado que iba más allá del relacionado solo con el grupo de los Doce”.
La primera característica, explica, es “haber visto al Señor, es decir, haber tenido con él un encuentro determinante para la propia vida”.
“Este encuentro marcó el inicio de su misión: Pablo no podía continuar viviendo como antes, ahora se sentía investido por el Señor del encargo de anunciar su Evangelio en calidad de apóstol”, explicó el Papa.
A pesar de sentirse “indigno”, por haber perseguido a la Iglesia, Pablo está “seguro de su apostolado” pues “en él se manifiesta la fecundidad de la gracia de Dios, que sabe transformar un hombre malogrado en un apóstol espléndido”.
“En definitiva, es el Señor el que constituye el apostolado, no la propia presunción. El apóstol no se hace a sí mismo, sino que lo hace el Señor; por tanto, necesita referirse constantemente al Señor”, añadió el Papa.
La segunda característica, continuó el Papa, es la de “haber sido enviado”, es decir, “embajador y portador de un mensaje. Por eso Pablo se define apóstol de Jesucristo, o sea, delegado suyo, puesto totalmente a su servicio”.
El hecho de que la iniciativa parta de Cristo “subraya el hecho de que se ha recibido una misión de parte de Él que hay que cumplir en su nombre, poniendo absolutamente en segundo plano cualquier interés personal”.
La tercera, finalmente, es la dedicación completa de la vida a esta misión, añadió el Papa.
“El de “apóstol”, por tanto, no es y no puede ser un título honorífico, sino que empeña concretamente y también dramáticamente toda la existencia del sujeto interesado”, afirmó.
Un elemento típico del verdadero apóstol, sacado a la luz por san Pablo, “es una especie de identificación entre Evangelio y evangelizador, ambos destinados a la misma suerte”, explicó Benedicto XVI.

II. Las cualidades de los apóstoles de la Nueva Evangelización
Para salir a predicar el Evangelio es necesario ante todo formar un corazón apostólico. Y hay que recordar que se es apóstol desde dentro.
Se es apóstol, como lo fue San Pablo, por vocación, porque Cristo nos ha llamado a extender su Reino, porque la vocación cristiana es esencialmente vocación al apostolado, porque quien ha renacido como hombre nuevo en Cristo por el bautismo, se compromete a dar testimonio de Él ante los demás. Se es apóstol en la medida en que el hombre está unido a Cristo por la gracia, y se identifica con su misión redentora.
La urgencia del apostolado viene desde dentro, desde el amor que cada uno de ustedes profese a Cristo en su corazón. Ser apóstol es, pues, un componente esencial del ser cristiano. Por ello, predicar el Evangelio no es una tarea más al lado de otras muchas. Es la misión en torno a la cual el cristiano debe polarizar su vida. No se es apóstol por horas o por días. O se es apóstol o no se es. O se tiene mensaje o no se tiene.
Para formar un corazón de apóstol, les aconsejo que pasen largos ratos a los pies de Cristo Eucaristía.
Sólo el amor a Cristo da la fuerza para "salir de sí mismo". Salir de sí: ésta es la condición indispensable para "salir a predicar".
El mejor apóstol es quien logra ser una imagen de Cristo. Entonces la vida misma es predicación y la evangelización es el testimonio de una vida plenamente fundada en el Evangelio.
Movido por el amor a Cristo, el apóstol es luchador, es militante. El apóstol concibe su misión como una lucha constante contra las fuerzas del mal que existen tanto dentro como fuera de él. Es el Señor quien da la fuerza para pelear en este combate. Y es Él también quien da la victoria y la recompensa.
El apóstol es magnánimo. Sabe que ha sido llamado por Cristo para cosas grandes y que no tiene tiempo para detenerse en lamentaciones o pequeñeces, ni puede distraerse en lo que no sea esencial. El apóstol debe tener ante todo un gran corazón en donde quepa todo el mundo, pues a todo el mundo ha sido enviado a predicar. Su espíritu ha de estar siempre a la altura de la misión encomendada. Grandes deben ser sus aspiraciones, grandes sus deseos de lucha, grande su capacidad de amar y de donarse.
El apóstol es tenaz, fuerte y perseverante. El apóstol ha de ser tenaz para no desistir del esfuerzo; fuerte para combatir sin desmayo hasta el final, hasta el "todo está consumado"; perseverante para no dejarse vencer por el capricho o la veleidad. Sólo una voluntad firme y bien disciplinada, fundada en el señorío de los sentimientos y emociones, podrá perseverar hasta lograr el objetivo.
La lucha será continua. Toda la vida hay que combatir. Por ello, se necesitan apóstoles convencidos de la necesidad de la laboriosidad y de la paciencia como componentes intrínsecos de su misión; hombres habituados a la tenacidad esforzada.
El apóstol es realista. El apóstol no puede dejar de ver con claridad cuál es la situación real del campo que le toca evangelizar, ni la de su propia vida, ni las circunstancias concretas en que debe de trabajar. Trabajar con realismo es trabajar con inteligencia, apoyándose en el conocimiento de las dificultades que entraña la consecución de los objetivos y de los elementos positivos con que cuenta para lograrlos.
El apóstol es eficaz en su labor. La eficacia del apóstol viene del hecho de que se compromete a hacer todo lo posible, humanamente hablando, para cumplir con la misión que Cristo le confía. No se detiene ante costos ni sacrificios. Para él no existen obstáculos infranqueables. Sabe que debe poner al servicio del Reino sus mejores talentos y que la causa del Evangelio no le permite trabajos ni rendimientos a medias.
El apóstol es organizado. Trabaja siempre de manera sistemática, ciñéndose a un programa que él mismo se ha trazado. La organización permite al apóstol rendir al máximo en su trabajo pues trabajar es el arte de la eficacia. Todo esto requiere reflexionar antes de actuar, trazar objetivos, analizar dificultades, planear estrategias, proponer soluciones, ponerlas en acción y evaluar los resultados.
El apóstol está atento a las oportunidades. No pierde la mínima oportunidad que le prepara la providencia para hacer el bien y difundir el mensaje de Cristo.
El apóstol es sobrenatural en sus aspiraciones. Al apóstol no le basta la visión humana de la realidad. Debe saber percibir la presencia misteriosa de Dios que lo invita continuamente a lazarse más allá de lo que parecería humanamente aconsejable. Emprende obras de envergadura basado en la convicción de que Dios le dará las gracias para realizarlas. Las aspiraciones y los criterios del apóstol no son los de este mundo. Son los del Evangelio. Quien vive así tiene asegurado el triunfo y contagia a los demás su convicción.

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